Saturday, November 18, 2006

Legado (cuarto recuerdo)

RESCATE

Cuando se está en un Internado, las epidemias se expand
en como aquellas míticas plagas de Egipto.
Ocurrió que una mañana, en mi dormitorio, despertó una niña convertida en un verdadero muestrario de pequeñas manchas rojas y entre carreras por los pasillos y termómetros en ristre, supimos que la Peste había llegado.
No pasaron tres días cuando todas las ocupantes de esa pieza, seis en total, estábamos en iguales condiciones: afiebradas, llenas de pintitas y con una comezón insoportable.
Las ventanas fueron cubiertas con frazadas y nuestros cuerpos embadurnados de talco; era un espectáculo tragicómico, que nos tenía aisladas del mundo.
Luego que pasaron algunos días, los padres fueron en busca de sus retoños para llevarlos a sus casas. La mayoría se fue en micro, quizás desparramando la peste, pero las monedas no daban para más. Otras, las más pudientes, en taxi y yo quedé un tanto rezagada por ser la última del contagio.
Por ese entonces, mi abuela trabajaba en un hospital cercano al Internado y cuando ya estuve en condiciones de irme, comenzó el espectáculo.
Llegó una tarde, precedida de sirena de ambulancia y con un par de personajes ataviados de mascarillas y premura, que me depositaron suave y prolijamente en una camilla y, en medio del asombro de las demás niñas, me sacaron de allí como si fuera portadora de un mal exótico.
La ambulancia se puso en camino. Las sirenas se abrían paso entre el tránsito y yo adentro, tomándome plácidamente un helado de frutilla y de la mano de mi abuela.
¡Santo remedio!

Legado (tercer recuerdo)

EL LIBRO SABIO

En medio de libros de marxismo, de revistas chinas y una que otra novela descansaba en la repisa un gran volumen rojo con un nombre paradógico para sus dimensiones: "El pequeño Larousse".
Mis brazos ejercitaban sus incipientes músculos toda vez que lograba atraerlo hacia mí y revisar sus páginas y pequeñas ilustraciones.
En una de estas aventuras, mi abuela me dijo que ese libraco poseía la vida; allí estaba el tiempo, el decir, la vida de los grandes, el sentir, los seres vivos y aquellos que no habían corrido la misma suerte. Todo. Era el bien y el mal guardado en las hojas como aquel mítico árbol de la Biblia.
El bien y el mal. El libro del conocimiento. Nombres muy grandes para una mente que recién se alzaba sobre el metro y medio.
Desde aquel día, lo miré con respeto, disfruté sus dibujos y me hice el infantil propósito de memorizar cinco palabras diarias y un par de biografías de científicos, filósofos y otros hombres con la seriedad en el rostro.
Curiosamente siempre me saltaba unas provocativas hojas, muy rosadas, que estaban alojadas al medio. Eran las reglas ortográficas y el uso de diversas letras.
Paradógico, no?
Pensando que hoy las enseño a diario.

Legado (segundo recuerdo)

UN VIAJE AL CORAZÓN DE HOLLYWOOD

No sólo los rasgos se heredan; también gustos y costumbres.
Mientras mi madre afanaba en un hospital, yo pasaba mi niñez entre el Internado y las tardes con mi abuela; amante ella de las Tardes de Cine de la TV.
Antes de las habituales citas con el séptimo arte, solía mandarme a comprar una cassatta de helados de tres colores (frutilla, vainilla y, su preferido, el chocolate), a la cual dividía por la mitad, poniendo cada enorme trozo en un plato hondo. Y con ese tamaño postre, nos sentábamos frente al televisor.
Antes de que comenzara la tan ansiada película, me advertía que cualquier pregunta o comentario se lo hiciera en comerciales, ya que era necesario guardar un sagrado silencio frente a la historia.
Cuando por fin llegaba la pausa me hablaba de los grandes: Glenn Ford y su cara de hombre rudo; Tyron Power y mu mirada cautivadora; Marlen Dietrich, sus ojos apagados y el dramatismo de sus movimientos; Alan Delón y su mirada seductora; Gregory Peck con su traje de militar incorruptible; James Dean y su imposibilidad de sobrevivir en un mundo que le había sido adverso; Valentino y los besos que todas las mujeres de la época sintieron en sus propios labios...y así tantos otros que, quizás, en su actual mente disgregada es capaz de visualizar como si los tuviera en frente.
Así me fue introduciendo en el mundo del cine y la televisión y despertando la añoranza de ser protagonista de esas historias de pasión desenfrenada, pudorosa e idealizada.
Tanto fue su influjo en mis ansias por saber y asimilar lo que de su boca salía como máxima que hasta el día de hoy, leo los repartos de las películas, aunque eso implique quedarme a oscuras en un cine; busco esas cintas que ya van para sepia y, una vez que las encuentro suspiro aliviada porque siento que estoy entre amigos. No tolero que nadie me hable mientras la película va desmanejando la historia, dejo de respirar, de sentir hambre y necesidad desde que comienzan las Tardes de Cine y vuelvo a la vida con el The End.
posted by Vigilia at
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Legado (primer recuerdo)

La mente de mi abuela se va desprendiendo como aquellas hojas amarillas que sucumben por el paso del tiempo y yo me siento con el deber moral y espiritual de rescatar su memoria que es la raíz de mi propia identidad. Quiero traer al presente ese legado que hoy se pierde entre los pliegues de su senilidad y esas ganas de vivir que hoy la han abandonado.

UN TESORO DE PODER

Una tarde, cuando yo era muy pequeña, estábamos mi abuela y yo en el living del departamento. Ella, sentada en el sillón grande y yo de rodillas frente a una mesa pequeña, pintando.
Mi abuela, muy quieta, se encontraba ensimismada en su lectura y, cada cierto rato, me miraba.
Fue en una de esas veces que me pidió que me sentara a su lado. dejó el libro en sus piernas y me dijo que me diría algo mágico, que posiblemente cambiaría mi vida.
No recuerdo con exactitud muchas de sus palabras, pero lo que no se ha borrado de mi mente fue:
* Leer es un acto maravilloso porque puedes viajar en el tiempo, ir a países donde nunca estarás y conocer gente muy distinta a ti. Y lo más mágico es que puede hacer todo eso sin moverte de tu sitio.
* La lectura te hará libre porque la imaginación no tiene fronteras y te enseñará, además, palabras nuevas para decir lo que piensas y sientes.
Enseguida me contó que en ese momento ella viajaba por China y estaba en una casa en donde la mujer trabajaba para ayudarle al marido en el campo. Me habló de Pearl Buck y de su libro "La buena tierra"
Acto seguido me invitó a dejar de pintar y a escuchar la historia.
Todo lo que mi abuela me dijo esa tarde se ha cumplido a cabalidad. he viajado quizás más que muchos exploradores; he recorrido el pasado y el futuro sin una máquina del tiempo; me he hecho de muchos amigos y, sobre todo, he disfrutado con el sonido que hacen las hojas cuando van pasando, con el olor al papel y su textura.
Hasta ahora puedo decir que nadie ha depositado en mis manos un regalo más poderoso como aquél que mi abuela me entregó hace ya tantos años.
De toda esta experiencia de vida, sólo lamento no haber aprendido a dibujar.
Gracias, abuela, por ampliar mi campo visual hasta el infinito.